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jueves, 13 de octubre de 2011

Promesas cumplidas

El juez ordenó el levantamiento del cadáver. Los dos policías conversaban con la chica de la limpieza, que era quien había encontrado a la anciana sin vida. Dos tilas después se había conseguido tranquilizar lo suficiente para hablar con coherencia. El policía más joven y alto tomaba notas en una libreta con las hojas dobladas en los extremos.

- Entonces dice que llamó a la puerta...

- Sí, siempre llamo, por si acaso. Como no contestó nadie, entré con la llave maestra, y... bueno... cuando entré en el baño la vi tirada en el suelo... -tragó saliva con angustia, a punto de echarse a llorar otra vez.

- No se preocupe -la tranquilizó el policía más bajito, suavemente- ya ha oído lo que dijo el doctor... no había nada que usted pudiera hacer, llevaba... así desde poco después de medianoche.

- Es que me he asustado mucho... -gimió la muchacha- He llamado a la gobernanta y ella se ha encargado de todo...

- Sí, hemos hablado con ella -el policía joven sonrió y dio varios golpecitos animosos en el hombro de la chica- Tranquilícese, esto son meras formalidades, yo creo que ya no es necesario que hablemos más. Muchas gracias por su colaboración.

La chica salió de la habitación para cumplir con su jornada. La gobernanta había dejado eso bien claro. Nada de excusas. Muerta en la 146 o no muerta en la 146, tenía que limpiar el resto de sus habitaciones. Suspirando, se alejó por el pasillo en busca de toallas y sábanas, mientras los policías terminaban de echar un último vistazo en la habitación.

- No tiene mucho misterio -el más bajito se puso la gorra, que había dejado sobre la mesa del televisor- El resto de yayos dicen que la vieron ponerse hasta las trancas en el buffet de la cena. Y tenía... ¿86 años?

- 87 -el alto miraba sus notas- y luego al parecer bailó y se bebió más de una copa. Si es que se desmadran en estos viajes, joder.

- Lo que no entiendo yo es por qué se apuntan, por ejemplo esta señora. Tenía una pensión más que decente, lo han mencionado todos los demás abuelos. ¿Qué necesidad tenía de venirse a un hotel de mierda en medio de la nada, con un buffet de fritanga chunga a todas horas: desayuno, comida y cena...?

- Yo qué sé. Soledad, hartazgo de su familia, ganas de estar con gente que la entienda... No puedes culparla de ser vieja.

- Tienes razón. Bastante malo debe ser ya llegar a esa edad, supongo. Y menos mal que, a pesar de la que está cayendo, han respetado los viajes del Imserso, ¿eh? Y mira que han metido el hacha en todo lo demás...

- Ya te digo, pero oye, después de haber estado cotizando toda tu puta vida, qué cojones, qué menos que te dejen divertirte un poco, ¿no?

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- Señor Presidente...

- ¿Sí?

- Le traigo los resultados de esta semana: 16 en el accidente con el camión de ácido (y otros 12 que andan ahí ahí), 3 ahogados en diferentes playas, 1 de insolación y 12 con los buffets libres... En total, han sido 32.

- Fue una buena idea, lo de los buffets libres, ¿Verdad?

- Cierto. De hecho, Sr. Presidente, creo que es posible subir el ritmo. Podemos llegar fácilmente hasta 20-25 a la semana, si lo hacemos bien. Complementando con los accidentes de tráfico, uno cada tres semanas o así para no despertar sospechas, serán unos 200 al mes. Grosso modo, hemos calculado un ahorro de unos 3.000.000 de € anuales, entre pensiones y gasto de la Seguridad Social.

- Bien, bien... todo ayuda, desde luego. Puedes retirarte.

- Por supuesto, Señor. Buenas tardes.

- Buenas tardes.

Esperó a que su secretario saliera del despacho, y apoyó la barbilla sobre las manos, como hacía siempre que quería meditar profundamente sobre algo. No le gustaba haber tenido que recurrir al llamado "Plan 3E", y de hecho todavía le despertaba un fuerte rechazo. Pero la situación de las arcas era desesperada, y había que recortar gastos como fuera. Tras sopesarla junto con otras medidas presentadas por su gabinete, finalmente le pareció la menos terrible.

Suspiró profundamente y miró distraído por la ventana. No le gustaba, pero no quedaba otra opción... En su programa electoral había hecho la férrea promesa de no tocar las pensiones. Había empeñado su honor político en ello. Y las pensiones, nadie lo podía negar, no se habían tocado.

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